19 marzo, 2011

"¡En otra parte y muy lejos! ¡Demasiado tarde! ¡Y acaso nunca!"

Un gendarme observa una enorme mancha de sangre sobre el adoquinado de la Place duTertre. El contraste del blanco y del negro en la portada del Petit Journal le da un tono aún más macabro a la escena: Dos muertos, un policía y un asesino, se han abatido el uno al otro durante la mañana en un rincón de la colina de Montmatre. Yo le conocía. Yo, en realidad, estaba enamorada de él. Sobre esta mesa de la taberna de Antonie, descansa arrugado el diario de hoy, impregnando el aire con el polvillo de esa tinta barata que tatúa la yema de los dedos según avanzan las secciones. La portada de la edición vespertina del 31 de agosto de 1967, será la comidilla de París: M. Laplace, uno de los inspectores más reputados de la ciudad, un auténtico azote para el hampa de Pigalle, el “perro” que más mordiscos ha repartido y que más ratas ha enrejado, ha caído en una de esas operaciones que los panfletos llevan siguiendo desde el verano. Mucho se especula pero, lo único que se puede confirmar hasta el momento es que al “hombre de bien” se le escapó la vida al mediodía por un agujero en el pecho, abierto con una bala similar a la que él mismo disparó para abatir al presunto “asesino de poetas”. Tres poetastros, un par de dramaturgos y dos jóvenes aspirantes han ido cayendo de la mano del muerto. Poco importa en el Hotel De’Ville el futuro segado de esos escritorcillos, pero, se da la coincidencia de que Laplace, de orígenes campesinos, venido a más hasta asumir los casos más escabrosos de la Gendarmerie parisina, con sonados éxitos, amplificados por la prensa sensacionalista, de que Laplace, digo, acostumbraba a frecuentar la compañía de Baudelaire. Eligiendo esas víctimas, el asesino parecía tirar su dardo voluntariamente sobre el orgullo de Laplace y, después de siete intentos, acertó en el octavo. Laplace muerto y, muerto el asesino al mismo tiempo, se acabó el folletín. Solo quedan dos cuerpos.


“…en las honduras del Infierno, donde, vencido, calladamente sueñas”… Sí, yo también aprendí las Letanías de Satán de M. Baudelaire como si fueran la oración de mi credo. No sé demasiado, y tuvo que ser el poeta quien me abriera los ojos... No es que desde niña fuera distinta, no, sencillamente, desde niña, he sido. Fue mi voluntad desde muy pronto no esconderme, no saberme cómo debía ser sino, sencillamente, cómo me habían nacido: Mujer sin vocación maternal ni servil, con el instinto insano de vivir, sin ángeles ni celosías, sola, pues, para tratar de no traicionar lo que el pulso me dicta: Soy. Y ese es mi castigo. M. Baudelaire solo me dio una pista cuando estaba perdida. Se ha escrito tanto calificando biografía e Historia como un camino, como una ascensión incluso, que aceras y púlpitos se llenaron de hombres inventando el progreso y el horizonte. La vida, en verdad, es apenas una caída en vertical, en la que no queda más que maravillarse con la belleza que surge en torno sobre las paredes del precipicio. Laplace y “el asesino de poetas” han dejado su firma en el cañón, se han despedido y son solo éso, firmas en el itinerario del salto.

-“Antoine, deja aquí una botella”-, dejo el sombrero a un lado, el cabello rubio suelto sobre la cara, lleno el vaso y, concluida la dinámica que repetiré esta noche hasta que prendan mis vísceras, alzo la copa. Por ti. ...no, no es fácil enamorarse si te conoces. Esa es la clave. Puede cualquier idiota encontrar el amor en un café tejido a una voz sugerente, en un gesto, en el pasado dibujado con la palabra “éxito” o en un conjunto de ropa elegante. Amor es proyección, desde ese punto de vista... y así llevamos cosido a la frente al “hombre de nuestra vida” desde antes de despertar siquiera al sexo: El amor es, entonces, mantener cerca al hombre o a la mujer que nos hubiera gustado ser.

Él era sistemático en todas las facetas de su vida, no demasiado buen estratega pero, un grandísimo jugador en las partidas del día a día. Era un punto cobarde, algo tímido y muy, muy observador. Creció de la nada hasta escribir su nombre en los periódicos de la capital del mundo y yo me enamoré de él hasta modelarme como nunca siquiera había imaginado antes que podía hacer. Se ha ido porque su plan estaba por encima de mí. Quería salvar su nombre en las páginas de la eternidad y, para protegerme, me dejó fuera del único tiempo real: nuestro presente. Con una voz de tabernero en el Olimpo, Antoine acaba de anunciarme su muerte. Un tiroteo junto al Lapin agile a plena luz del día.

Te salió mal la jugada, has llegado al final del precipicio y la historia solo te recordará con un sobrenombre efectista en las hemerotecas del mundo: “El asesino de poetas”… Mañana pondrán su nombre a una calle y Paris saldrá a llorar el féretro de Laplace, pero tú, Charles, tendrás tus injurias y el odio que buscaste germinar, serás solo un famoso asesino de temporada a lo largo de la caída.

Atempero el frío de tu ausencia con una botella y una carcajada.

Adiós, amor, debería haberlo predicho cuando me apuntaste con la mirada: Elegías el silencio, y ese es tu punto de llegada.

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