25 marzo, 2011

30 horas

Suena el móvil a la hora convenida. Café, cigarro y ducha con agua hervida. La bolsa preparada. Media mañana midiendo habitaciones, buscando el hueco en la terraza para la hamaca, y tomando fotografías del futuro. Coche. Más coche. Y mucho humo. Un contrato en Prado. Otro par de cigarros cruzando a 80 la Avenida de los Poblados. Vino. La botella más bonita. Y un mezcal: 1 litro d gasolina a 12 pavos. Turno de fichar. Té y un par de betacams con el último rodaje de esa redactora de peaje que cobra demasiado por sonreír. ¿Cuántos habitantes tiene Tokio?, pastillas de yodo y corbatas de cachemir. ¿Cuántos minutos quedan para salir? Ayer se murió una actriz y aún seguimos dándole bola. En el fondo, todas las noticias son la misma trola. A las 9 empieza el TD. Se acaba la jornada y arranca un laaaargo fin de semana. 22:30 en la glorieta. Aparecen dos ojos enormes. Y sus dos sirenas de taberna. Una lengua en la webcam. I-phones cargados de despertás. Los ojos de una gata. Paredes de vino picado y risas de colores. ENCANTADO. Las sirenas ya me han ganado y no hay mástil al que atarme. Soy vuestro. Hoy no duermo. Emborrachadme. Ácidos en la selva. Los pitufos tienen sus hierbas. Y resulta que las videoconferencias ahora ya son telepresencias. Una azafata juega con R2D2. Baila la fisio de Cullera. Y, en el sofá, soberbia, vigila la pantera. Ensalada, champiñones y croquetas. Otro mezcal, mezcladito con un limón de huerta. Dan las 12 en el reloj del barrio, ya no quedan más petardos y, antes de caer muertas, las sirenas bailan su último baile, mientras suena un clásico de Bersuit. Buenas noches, ‘macho omega’. Mañana hay biblioteca, curro y exposición. El placer es mío, señoritas, se han ganado las llaves de mi rincón.

...aún está despierta la mandíbula de la felina.

Es verdad, cabrona, las runas tienen un tacto especial. Y mi línea de la vida es la hostia de larga. Y ya te sobra la falda. Y ya no sé dejarme puesto el pantalón. Comer carne es mi religión. Y se han abierto las puertas del jardín. Qué bonitas vistas. Prefiero mirar aquí. En el centro de la diana. Buscar el lunar más grande con la lengua y convertir la cama en la última presa de este hombre lobo sin París. Amanece. Bendito maldito interruptor. A tu espalda crece la navaja que te quiere atravesar. Arañazos. Otra danza. Música, internet, ducha y café. Podría recorrer tu vientre, con los dedos o con los dientes, hasta el próximo amanecer. Pero es la hora. Una hora más. Como putos adolescentes. ¿Quién los desusufructará? Madrid no es una única ciudad. Restos de comida, cigarro, un par de tintos de verano y siesta de paracetamol.

Cr., Cl. y H., ha sido un honor. A sus pies / ingles, señoritas, no será la última visita. Ha sido un placer.


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