20 julio, 2011

Parenthesis


It's Valeria's fault



((Conocí a Mauri en la 'Feria del tatuaje 2005' de Córdoba, Veracruz. Cubrí el evento para el Mundo con Itzel, que lo cubría para el Sol, y aproveché para contarle a Mauri el dibujo que quería tatuarme: Un ojo llorando con la leyenda horaciana del Tempus fugit -un tatuaje era un recordatorio importante, un post-it que no podía despegarse jamás: "Se te ha acabado la infancia, niñín"-. Me enamoró el diseño de Mauri y solo me pidió a cambio 100 pesos (unos 9 euros, por entonces), una 'chela' y una mención en el periódico. El trato estaba hecho, hasta que marcaron desde la redacción para que saliera escopetado al zócalo. Arrancaba en media hora el mitin de López Obrador, el 'peje', candidato a las presidenciales de 2006 por el PRD mexicano ( / ganaría por un puñado de votos Felipe Calderón, del PAN, unos meses después, en lo que fue a todas luces un recuento sospechoso que culminaría con el gobierno paralelo de López Obrador en el zócalo del DF durante los primeros meses: La plaza y la gente no sobrevivió en la guerra contra el sistema / ). Me gustó el discurso del peje. Y la ilusión en la plaza. Y los banderines amarillos, los gritos, el apoyo de la caravana de Marcos y los zapatistas... parecía que podía funcionar. Y así lo escribí en la nota de color de la tercera página de la edición del día siguiente. Nombré el estudio de tatuajes de Puebla de Mauri en la décimo octava. Pero, cuando volví al antiguo mercado, los tatuadores estaban recogiendo sus pistolas de tinta y Mauri ya había enfilado el camino de vuelta al altiplano. Me había anotado su cel y, atrapado por cierta euforia perredista, le marqué para buscarle el fin de semana siguiente. Me citó en su casa, a las afueras de Puebla, en una barriada de casas bajas de concreto que en Madrid llamarían 'poblado chabolista'. Solo conozco de Puebla la panorámica que se observa desde el glaciar del Pico de Orizaba, los agaves en los arcenes de la 57 que llevan al Distrito, y la casa destartalada de Mauricio. Saludé a su señora al llegar (ambos eran más jóvenes que yo, y yo, por entonces, era casi un niño). Mauri me llevó directamente al único dormitorio de la vivienda. La cama sin hacer y yo, sin camiseta, en una silla de plástico de terraza de verano, bebiendo a sorbitos una coca-cola para inyectarme azúcar en vena antes de que Mauri me inyectara tinta negra en la epidermis. Mauri tenía una autoclave de segunda mano en el baño donde esterilizaba las agujas. Le hizo ilusión que le llevara un recorte de "su" noticia y la colgó con una chincheta de una pared donde se acumulaban fotografías de algunos de los tatuajes que había diseñado y estampado en otros cueros. "La tinta es de primera, carnal", me dijo, "Y aún serán 100 pesos, pero, acá, invito yo a la chela". Jani, su esposa, trajo una Victoria fría. Solo una, Mauri no bebía en el trabajo. Y él empezó a trabajar en mi omoplato izquierdo. Primero los perfiles. Después los rellenos y las sombras. Y, finalmente, unos toques de blancos sobre el negro para los brillos y para acentuar los volúmenes. Me dio un tubo de vaselina y jabón de sosa casero para limpiarme el tatoo. No me invitó a una segunda cerveza y me despedí, sin más, habiendo arrasado, de repente, con una etapa de mi vida. No volví a saber de él. Tampoco lo consideré nunca necesario. La sosa hizo su parte y, en apenas unos días, el ojo lloraba en mi espalda para siempre, sin la hinchazón primera ni las diminutas costras de sangre que enrojecían el negro. Al mes y medio salieron negativas las pruebas del SIDA y la hepatitis en el consorcio sanitario del ayuntamiento donde periódicamente deben someterse a análisis las prostitutas de Córdoba y donde a mí me salieron gratis las pruebas, gracias a un regidor del ayuntamiento que me hizo el paro a cambio de algo. En México la gente es educada y siempre se devuelven los favores de alguna manera. Poco después vi por primera y última vez a Marcos, comí en el rancho de uno de los meros-meros del mercado veracruzano más rentable, tuve en la mano un verdadero braguetazo, acababa las guardias de los lunes con Lute y nuestro six de Coronas en el Titanic, descubrí un Pacífico violento y ruidoso... entendí que los jaguares paseaban sonrientes por las calles y que el mundo se caía y que no había salida y que solo quedaba un poquitito de honor, el sentido del humor como arma de supervivencia y una carrera por la decadencia de ahí en adelante. Un ojo lloraba en mi espalda, 2006 me devolvió a España y, de repente, me hice mayor.))



It may be just nostalgia.
I don´t know.
But I miss u, thinie.

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