13 julio, 2011

Cuadro clínico: Afectación religiosa en un ateo

Probablemente, solo el hombre capaz de convertir su día en una secuencia de rituales -propios, heredados o construidos en sociedad- puede sobrevivir a la indefinición y al vacío real que constituye su vida. Eso lo dice un ateo. Yo. "No te imaginas el afán de supervivencia que es capaz de desarrollar el hombre", dice habitualmente la rubita cuando se emborracha de idealismo y cierto optimismo antropológico connatural a su forma de ver el mundo. Servir una copa, fumar, releer y teclear es un ritual. Dormir hasta el mediodía, una fórmula reiterativa de acceder a la conciencia, que entiendo como cumbre del bienestar. La tertulia de los miércoles-sábados (un concepto de fronteras laxas -la cita ordinaria del miércoles, bien puede caer en jueves o, como es el caso, en martes), la tertulia, escribía, es un acto de fe particular, un ritual para celebrar un afecto y una obligación moral: somos mejores cuando estamos juntos: cada complejo individual adquiere más sentido en la semiosfera de relaciones multidireccionales que constituimos.

En plata: "UN BAR PUEDE SER UN HOGAR-. Quedamos a las diez para perdernos entre copas, gominolas y tabaco. En las mesas de siempre, sin relojes, con el billete que gastamos cada miércoles. Nos reímos, como siempre, de esas bromas que todavía no se han agotado, de un álbum de recuerdos repetidamente deconstruidos y de una ficción compartida casi tribal. Nos quejamos de los pequeños deseos hartos de sentirse resignación, de la irresponsabilidad de todo o del simulacro de casi todo. Y tenemos el miedo de siempre, '¿Qué hay después de nada?, / ¿qué, si rasgamos el vacío?, / ¿el fondo del acantilado / se sólo otro vestido?'; Pasa la noche, como siempre, saltando de isla en isla. Pasa una ronda, y otra, y otra más... Pasamos, como siempre. Y al encontrarnos, y al despedirnos, nos abrazamos. Como siempre. Los de entonces y los de ahora. Para que, en algún instante, en momentos apenas sentidos, los niñ@ crucen sus ojos con los míos, en medio del corro alborotado, y me miren, como siempre, como si me descubrieran por primera vez".

Escribí ese párrafo hace casi una década, en un grupo de textos reunidos bajo un '20 años vestido de domingo'. Hoy apenas he tenido que cambiar algo. Y me lo traigo de vuelta, porque -auque algunas caras son nuevas y otras aún sobreviven- hay noches en las que uno se acuesta olvidando los 'me jode' y es temerosamente feliz. Quizá sea un síntoma de inconsciencia. No, en realidad, estas experiencias son, ya lo insinuaba, una cuestión religiosa: Hay en la tertulia algo de ritual. Se necesitan Luckys, Fortunas, Manitous y Black Devils; se necesita una combinación de gintonics, botellas de agua, Ruedas, cervezas y tintos de verano (extraordinariamente cabe el Johnny, el Baileys, o un ron); y se necesitan algunos montados o pinchos, gominolas, cacahuetes y conguitos. Ese es el básico del Calvo's production. Al y John, generalmente de negro con estilos diferenciados, suelen llevar consigo las gafas de sol aunque nos encontremos siempre de noche. La rubia nos regala el escote porque se sabe capaz de ganarnos antes con la maravilla de ser que es, que con la maravilla de físico que luce. Es una gozada también, verla en sus momentos de fragilidad, como una niña chica. La Dame te gana solo con sonreírte. Solo con eso te vence. No van a leer ésto todos, así que puedo permitirme el lujo de celebrarles: John es uno de los cabrones ingeniosos e inteligentes más rápidos que conozco; pero además, lejos de convertirle esa capacidad en un arrogante, es un viejoven señor profundamente cariñoso (siempre con decoro) y, ante todo, fiel. Al es un tipo de otro planeta, embajador oficial en la Tierra de la civilización Ewok, sabe manejar como nadie las seis cuerdas del sistema de cuerdas que explica la dinámica de mi universo: es la cara que aparece con más insistencia en las mejores postales de mis recuerdos y un pendejo que, en un chasquido, te alegra el día. De las niñas no se escribe más, supone redundar sin llegar cerca. Hace falta estar con ellas. Y tampoco merece la pena alargar más este prurito de exhibición. Normalmente aparecen otras sombras, los de siempre y los de ahora...

Aunque la noche funcionaba como un reloj ("Se acabó el paquete Premium"; "mmm... en la pantalla tiene otra cara, de verdad os digo que es rara"; "Ya ni siquiera me tocan marrones... tengo dos mini-brownies esta semana"; "...un vértigo como cuando nos subíamos en Egipto a las pirámides aztecas" (¿?); "Es del Opus y estoy convencido de que le mola el rollo dominatrix sado"; "El mejor pollo asado de Madrid / Sí, y unas croquetas y unas empanadillas, -pimientos no, que me sientan mal: es buena mierda"; "Tiene un rollito poppy-naïf, muy niña linda, vintage o la palabra que se os ocurra: ¿sabéis lo que quiero decir?"; "Tengo una mala noticia: A. se va a Rotterdam... ohhh -sonrisa maliciosa"; "Tengo un dilema existencial / Bienvenida al mundo real"), aunque funcionaba como un reloj, faltaba Fi en la noche.




Para todo hay solución. Desde Buckingham Palace, una foto mirador del niño llega en ese momento a uno de los móviles modernos de l@s niñ@s. Fi se cuela en la mesa mientras se sigue hablando de apuestas y de yawara. Un brindis último, la cuenta a pachas y un abrazo camino de los coches. [Esa armonía, la naturalidad y la aparente casualidad con la que se construyen momentos entre singulares tan diferentes que han respondido a la invitación del azar desplegando confianza y tiempo, resulta que funciona. Sucede. Incomprensiblemente, sucede, y me obliga a repasar ese temblor que arremete contra los cimientos de mi fiel ateísmo. ¿El milagro que me hace dudar? Consiguen llenar todos mis precipicios, para que no caiga en mis propias trampas.]


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