14 agosto, 2011

Gusto insomne (7): Postal

Hacía mucho tiempo que no sabía de ella. El sistema de correos no siempre es tan rápido como uno quisiera. Firma esta postal con fecha de junio. Mañana -no, mañana es fiesta nacional y solo algunos trabajamos-. Pasado mañana recibiré esta postal en mi buzón.



"La noche es un lenguaje. / Cuando conseguí dormir, después de agotar lo que pudo dar el listo aquel -y guapete, oye, y una verdadera oda a las buenas parejas de cama-, descubrí la maravilla de dormir y la pérdida de tiempo que habían supuesto mis 30 años de insomnio: Los días, de repente, pasaron con el mismo vértigo con el que te adelanta un Spyder de madrugada por la autopista - ¡¡Buen uso haría yo de esas tapicerías de cuero natural!! ...muerte a la polipiel, dijo en un sofá una vez un ternero, después de enternecerse entre mis muslos sudando como un cerdo-; bueno, que sí, que se acabaron mis rayadas recurrentes, mi desidia casi fisiológica y hasta, creo, me volví menos borde. El sueño lo cura todo. Pero sucede que no me gusta dormir de noche. Porque me gusta el punto de acidez de los destilados o del amoniaco de las horas oscuras; y la dulzura de las promesas eternas durante 15 minutos y el erotismo de las formas en sombra; y el amargor de la inconsciencia y las gotas de sangre que quedan adheridas a las uñas y a los labios cuando una mala bofetada es tú última arma o tu primer castigo; y la sal con la que cicatrizan todas las heridas de noche, la técnica de conserva con que la luna mantiene fresco el deseo... Siento la noche como mi lengua materna y, transcurridas las primeras semanas de dinámicas ordinarias (vigilia diurna + reposo nocturno), no sólo comencé a sentir cierta inoperancia verbal como si me hubiera transformado en una alcohólica de lengua entumecida y neuronas vagas, sino que, además, comencé a sentir un extraño picor en el paladar, en el perfil del cabello en la frente y, no menos preocupante, en el área perineal. Siempre he sido algo obsesiva con la higiene y con la dieta. No se correspondía con dermatitis alguna y, en las pruebas de la alergia, sólo me detectaron una rarísima reacción cutánea a ciertos tintes rubios. Hablaba menos. El trabajo en la editorial me aburría. Había borrado de la lista de la compra la botella de ginebra y las menos malas de mis compañías nocturnas. Así que, una vez más, heredera de aquellos sabores insomnes en los que las horas eran un constante batallar sin pausa, decidí ser radical: Noche de asamblea de borrachos entre una botella y yo; finiquito con paro para casi dos años; regreso a mi verborragia connatural; reflejos violín en la melena y un completo de depilación laser subvencionado con la venta por eBay de los accesorios de mi casa de muñecas; junto a un multibillete de viaje esta vez financiado, olé mis ovarios, con la fianza de la casa de alquiler... Y dormir al amanecer. Desnuda. Hasta media tarde, para pernoctar después en movimiento con los ojos, la boca y las manos bien abiertas. Perdío, sudorosa y angelical como un bebé, en colchones extraños, o en esterillas, o en la orilla de algún mar, dormida y en bolas, libre de la actividad bajo el sol... como si fuera la cabecilla de una banda de mujeres que se niegan a volver al día, hasta que alguien no le enseñe a follarnos bien. La noche es un amante. Me acordé de ti. Cuando despiertes, me buscas."


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Ella ha vuelto gracias a Susana Moo: 'El pijama, prenda que goza de un increíble éxito popular, es, como concepto, una afrenta a nuestro sentido del tacto, comparable a la ordinariez de paladear un gran reserva con gaseosa o a escuchar una sinfonía de Beethoven en una emisora mal sintonizada'.



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