08 abril, 2011

Avatar pareidólico

(A mi rubita, por su melena morada

y por saber a qué sabe mi sangre)


La sonrisa de los solos no es un gesto: Es una declaración de intenciones. Inmersa tras el enrejado del laberinto, la satisfacción sin destinatario del náufrago genera círculos concéntricos sobre el pantano de los hechos. Su libertad es la voluntad de seguir participando en la tragedia: la sonrisa del solo ambiciona el monólogo cómico que cierre su pieza.


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Diseñó su avatar para caminar por las aceras sin confundir las fechas ni las caras, para apurar los tiempos sin quedar atrapado en el mecanismo del reloj, y obtener el visado afectivo necesario para residir sin prejuicios en el imaginario de sus semejantes.

Parecía sencillo... redibujar las formas de su apariencia en un orden matemático elemental, computar la localización de sus lunares, traducir a un código comprensible para el sistema la puntualidad de su incertidumbre o la sed secuencialmente irracional con que busca arañar...

Los demás se plegaban al procedimiento de autocorrección. Los demás creyeron suficientes 16 millones de colores para el universo y un multiyo definido dentro de los parámetros estilísticos del escenario. Los demás se agruparon en comunidades de vida efímera, intercambiando pseudónimos y excusas de interacción con el límite bien definido en el factorial de 3: variedad uniformada con un combo de opciones para definir lo genuino del ser.

La rebeldía tiene efectos secundarios: su avatar generó pareidolia: Todos veían en su par el origen mismo del modelo: Imposible. Se achacó el error a la mala fortuna de alguna anomalía y pronto se despreocuparon. La novedad se volvió obviedad y perdió su interés: El secreto quedó oculto...


...y así, su libertad es la voluntad de seguir participando de la tragedia. No cree en lo factible y, al despertar, confía solo en la sensación que genera su paladar con el primer sorbo de un Herradura añejo de contrabando. La sonrisa de los solos no es un gesto: Es una afirmación de militancia en la vida.

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