Siempre lo he intuido.
Desde muy pequeño.
Creo.
El sabor de las cosas pronto estuvo, no en la cosa misma, sino en mi dedo una vez mojada con él la cosa: Chuparse el dedo para saber a qué sabe lo tocado: Esa era la estrategia. Fiarse de las fronteras de uno para conocer la esencia de lo otro sin desarmarse. A cubierto. Protegido por la extensión de la mano. Y del antebrazo. Y del brazo. Lejos el corazón, la bragueta, el estómago y la cabeza, que es donde uno intuye, desde muy pequeño, que reside en esencia lo que uno es.
Y sucedió con el olor. Rascarse y oler el dedo para saber a qué huele uno. Hacer una bola de plastelina y oler el dedo y a ver a qué huele eso que podía ser esquemáticamente cualquier cosa... Y sucedió con la temperatura. Y sirvió para huir de lo que quema. Y para averiguar que es capaz el hielo también de quemar. Y para descubrir pronto que nada es tan diferente de nada, ni siquiera de sus contrarios.
Y sirvió, mmmmmmmmmm, para darse gusto en la cabeza, en la barriga y en la bragueta...
Y para revivir el corazón.
Uno tras otro, los dedos...
Y la intuición se hizo burocracia. Y, de ahí, realidad compartida. Porque fueron precisamente esos apéndices quienes decían que yo era yo en una ficha policial de control que, no sé si como acrónimo, lenguaje controlado o despiste galicista, me enseñaron a llamar "carné": Los demás, protegidos tras sus dedos, no querían saber de mí más que los míos. Perseguido por la ignorancia del ser, resultó que la identidad de mi cuerpo figuraba en ese espacio fronterizo y suburbial del extremo digital... el mismo espacio de donde nacen las cosquillas, el mismo puente hacia la creación de la palabra escrita, el mismo instrumento con el que sigo la línea de un texto impreso o exploro la geografía de tu cuerpo...
((Por eso los buenos ladrones llevaban guantes negros de piel. Para ser invisibles. Y por eso las mujeres de la película esa de mamá de Sissí Caraperdiz cubrían sus manos bajo guantes satinados, a pesar de llevar medio pecho al aire bien embutido y levantado. No hacía frío, se escondían aquéllas para no mostrarse a quien no quisieran. ¿Será por eso el baile de Gilda tan erótico?, ¿desnudarse las manos proyecta mejor que ningún otro El Desnudo?))
...y ahora te meto el dedo en la boca y sé que soy tan parte de ti como tú de mis dedos. Te meto el dedo en la boca y lo muerdes y lo lames y averiguas a qué sé en la frontera misma de mi ser que es en ese instante tuya. Y, aún húmedo de ti, ese mismo dedo baja delineando el perfil inferior de tu labio, hasta la barbilla, hasta el centro del pecho después, hasta el ombligo, hasta tu coño humedecido también. Y lo meto dentro de ti hasta formar parte del centro mismo de tu cuerpo. Desde los límites del mío. Hasta el principio de ti. Y al salir, conocida la quemadura que eres al otro lado de la piel, te huelo y saboreo en la superficie de mi núcleo identitario. Y sé quién eres. Y lo sé en mí. Algo que faltaba. Algo que debía haber. Como siempre había intuido. Desde muy pequeño. En la frontera difusa de lo que aún soy y donde tú empiezas a ser. La única posibilidad de un nosotros. En un dedo. Creo.