Teclea la vida. Las horas de vigilia que conforman ese diminuto milagro que es la vida del Dormido -me digo yo-.
Descubrí hace un año, de la mano de la amazona, la iniciativa 27 de septiembre de Maxim Gorki. La idea es compilar una suerte de almanaque biográfico que recogiera
las vivencias de individuos, más o menos célebres o anónimos, a lo largo de
estas 24 horas del otoño temprano:
Es decir, el proyecto pretende documentar un día aleatorio de individuos azarosos para conformar un tapiz de sentido.
Y sucede que últimamente comparto menos letras. Que me puede la pereza y el pudor. Que prefiero una y otra vez rimar en su coño y en sus labios, en la cazuela y en la sartén, lejos, cada vez más lejos del papel... Pero es 27 de septiembre en el calendario y debe uno resistirse a abandonar el ideal: La conciencia de que no hay individuo valioso sin una valiosa colectividad; la maravilla de la vida, la conciencia y la memoria; el ser silencioso de la creación cotidiana.
Eso es lo que se cuenta el 27 de septiembre: las vidas de quienes cuentan.
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Me fui a la cama pasadas las 3 viendo espartanos de historieta y cosquilleando los bigotes de la enana. No, no era aún 27 por mucho que dijeran los relojes y las agendas. Los días del Dormido dependen de la vigilia. Del despertar hasta el regreso.
Así que empieza el día a las 11:45 en la alarma del teléfono móvil. Me duele el cuello de los últimos miles de metros a espalda en la piscina que el soldado universal de mi monitor me obliga a hacer para mantener a raya el colesterol y, ya de paso, bruñirme el cuerpo con el rozamiento del agua. "Hoy no voy a ir a nadar". Me giro en la cama y ella no está. Hace dos días que no está y aunque esta noche vuelva, y mañana regrese, y al otro siga igual, echo de más la sensación de lanzar el brazo y no encontrar la estufa de su cuerpo caliente y sudoroso al despertar.
Haciendo un esfuerzo titánico logro tirar de abdominales e incorporarme a las 12:00. Arranca la contrarreloj: Café sin leche ni relajo, la actualidad del día en un vistazo, un cigarro y a correr; tres pares de zapatillas y las botas de hebilla al maletero; el comedero lleno y un par de caricias en la espalda de la consentida; dos cacharros fregados de la cena de ayer, un tetris en el lavavajillas y olor a químico en el brillo de la encimera; paseo de aspirador y pensar, como sucede cada vez que lo paso, el dinero que podría ganar vendiendo los pelos de mis tres panteras; la cama sin hacer ya se hará mañana; los dedos en las ventanas le dan a la luz un matiz particular; en realidad me da pereza limpiar más. Arroz y curry al cazo con el agua hirviendo. Pechuga de pollo en dados, Tika y fuego alto. Un tinto de otoño y a comer.
Dan las 14:35 en la ducha. No hay tiempo para afeitarse y prefiero entretenerme bajo el agua caliente. Allí siempre duele menos el cuello, y duelen menos los días, y el reloj corre más lento. Se me viene a la cabeza su espalda. El sumidero se traga el remolino de la desidia y se me espuma la sonrisa. Empiezo a tener conciencia de mí. Tres horas después de despertar, el dormido arranca el día.
Ficho a las 15:10 a la sombra del hongo de hormigón. He perdido unas cervezas por no ir a la piscina. Pier ha invitado a rondas por su 40 cumpleaños. El cabrón me saca una década y me dobla siempre cada 4 largos. Tengo pulmones y voz de viejo, bracitos de niño, pies pequeños, un 1,80 que adora flotar y un umbral del sufrimiento tendiendo a cero. No, no disfruto del ejercicio físico. Pero hoy me duele no haber ido. Ya no duele el cuello y he perdido unas cervezas y unos pinchos. En fin, imágenes por aquí e imágenes por allá, el horizonte queda a siete horas y media de servicio informativo en la víspera de una guardia más.
No consigo comprar la barra de la rubia por internet. Ya he pagado dos veces y el sistema se cuelga. Cuando empiezo a valorar la idea de que mi incapacidad digital puede llevarme a gastar tres veces más de lo que tengo, decido ponerme en contacto con Londres. Abbi Summers es un encanto. Responde a cada pregunta con un british nítido y aterciopelado. Tengo que tirar de paypal. Y finalmente lo consigo. Para las 17:35 tengo en propiedad una barra de 3 metros para pole dance, 45mm de diámetro, superficie cromada, compromiso de estabilidad y doble función -fija o giratoria-. Benditas obsesiones. La barra es para la rubia. Ella, como la amazona, se ha convertido al juego del giro y el cardenal. Son polistas sietemesinas. Trepan, encallan corvas y manos, se retuercen en el aire, bailan ingrávidas y violentas. Yo no, no disfruto del ejercicio físico. Por verlas, sin embargo, merece la pena escuchar sus interminables e incomprensibles conversaciones sobre mariposas, hooks, karenjetas, giros y cupidos.
Café, terraza y cigarro a las 18:00. El día va de asesinatos, cine en San Sebastián, manifestaciones contra los recortes en investigación científica, víspera de derbi futbolero y cambio climático. Por suerte mis compañeros hacen fáciles los días. Y nos reímos. Vacilamos para llenar la nada del tiempo cedido por cuatro duros. Pero sois fijos, dicen. Y tú un gilipollas. Perdón. Se me hincha la vena y no lo puedo evitar. Estoy cansado y necesito una cerveza antes de fichar. Una mahou a las 21:15 me permite volver a creer en el mundo.
A las 22:05 chispea en la luna del Civic. Atravieso los bulevares y aparco a la primera. Llamo a la puerta y me abre, elevándose sobre sus botas nuevas, la imagen misma de la belleza. Es Ella. Con la melena suelta, más clara por la claridad de los halógenos. La cara limpia, hecha una sonrisa toda. Las piernas eternas sosteniendo un vestido azulón que perfila la línea entre los hombros y las caderas. 'Moreno!'. 'Morena!'. Y le levanto el vestido, y le muerdo el cuello, y le saludo con saliva y ya habrá tiempo de cenar.
No suena música, ni queremos televisión. El fondo es un ronroneo de la blanquita. Huele a sopa con verdura seca, a cabrales, tomates de huerta y anchoas. Ya solo hay espacio para hablar. Y hablamos. Y hablamos. De sus libros y su orden. De la memoria y de mis intenciones. Nos contamos anecdotarios, fumamos y comemos helado. Dan las 2 y se cierra el día. Me abraza a oscuras y cierro los ojos. Se fue el 27 y aquí seguimos. Vivos. Tan perdidos y, sin embargo, convencidos de encontrar respuestas al encontramos.
Concluye el 27 de septiembre de 2013 en la vida del Dormido.
Se fue.
Y sonrío, tan perdido y, con todo, convencido de mi deber para con la
felicidad.
Es mi única acepción de libertad.