El recuerdo es ese algo que ya no es, pero se empeña provocadoramente en volver sobre sí para matizar cuanto sucede.
Nada valdría esa mirada cuando vuelves el cuello y me buscas a tu espalda, sin aquella ocasión en la que tu culo daba un significado nuevo a la cuenta del escondite y, al mirar, me descubriste dentro de ti arañando la cara interna de tu piel;
nada valdrían las mesas de vengué sin aquel desayuno de sudor y gemidos en el que tú fuiste todo cuanto comí;
¿qué valdrían las bufandas negras si jamás hubieran anudado tus muñecas?, ¿qué, la medalla de mariposas que se posa en tu cuello, sin su violento penduleo cuando soy yo el que liba y golpea?
No sé... no son, ¿y qué?
Tiendo a creer
que no nos sobran los recuerdos.
Y si así sucediera, si, de repente, como sucede en ocasiones con la ropa, resulta que los echamos de más, les pondremos entonces a ellos a recordar y seremos nosotros los que no sean pero filtren la realidad, como aquella mañana en la que no recordábamos que teníamos muñeca hinchable a domicilio y logramos que ella, mirando mientras dormíamos, recuperara de su memoria el orgasmo de una voyeur.
1 comentario:
uummm... esto... a mí me han gustado mucho las dos entradas, pero yo venía aquí a quejarme: más entradas, caballero, más entradas y más a menudo.
dicho esto, espero que todo muy bien.
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