Puede que venga de muy lejos. Hace unos años ya...
Mis padres no destacan por su altura física. Ni ahora ni el pasado. Yo, por mi parte, ya lo he dicho en otras ocasiones, nací con un evidente retraso hormonal respecto al calendario tipo del desarrollo físico juvenil occidental. Mezclar estos dos factores dio como resultado que, en el periodo habitual de crecimiento corporal, esa preadolescencia de estirones, vello y acné, mi cuerpo no respondiera solícito a lo ordinario, y, por ello, la preocupación de mis padres fuera progresivamente en aumento. "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer". "El niño no nos va a crecer"...
Por suerte, sin embargo, conseguí librarme del acné a los 20 (aunque, quizá para equilibrar, vello hay para regalar) y crecí -de forma tardía y acelerada, eso sí, con la consiguiente problemática articular y de fondo de armario-, crecí lo suficiente como para estirar piernas, torso, brazos, cuello, cara y nariz (particularmente nariz) hasta una medida estándar del total aceptable: un 1,80m de altura (por redondear, en realidad, me quedé a las puertas: 1,79).
Cuánto le debo a mi genética y cuánto a mis hábitos, para que el deseo paterno/materno de mi crecimiento se cumpliera, es un enigma que no conoceré. Creo. Ahora bien, sí conozco, y muy bien, la rémora de aquellos polvos (los que generaron estos lodos, digo, nadie crea que me atrevo a exhibir la vida sexual de mis progenitores en este foro, por favor): Un endocrino de la total confianza de mis padres propuso una serie de medidas beneficiosas para mi estiramiento vertical: Nada de judo ni cosa que se le parezca en las horas extraescolares (duro castigo para una generación de barrio residencial y padres trabajadores en la que, a los 8 años, o hacías judo o gimnasia rítmica o ballet o te quedabas con tu abuela...); un huevo duro para desayunar (normal que hoy no me entre nada en el estómago de mañana); y, como mínimo, 10 horas de sueño continuado al término de la jornada.
Esta es la clave: Un mínimo de 10 horas de sueño continuado al término de la jornada. 10 horas. De 24, no parecen tantas. Pero sí. Si tienes que ir al colegio y despertarte a las 7 de la mañana, supone que tienes que acostarte a las 9 de la noche, antes del telediario, vamos, antes de cualquier serie / película / concurso que al día siguiente comentan los niños en el patio, razón por la cual pronto decidí ubicar mi espacio lejos de lo audiovisual, creo. 10 horas... 10 horas que pronto se hacen pocas: ¿quién quiere despertarse un fin de semana antes de las 11? Eso pensarían mis padres. Y, por no joder, que siempre he sido buen chico, decidí dormir, ampliar mi tratamiento de choque contra el enanismo, dormir un poco más, ¿qué son, al final, 12 o 14 horas de sueño si la felicidad de tu familia está en juego? Y este ritmo va en aumento cuando decides estudiar en el turno de tarde; cuando estimas que la vida de noche es bastante más tranquila, interesante y escogida; cuando sales de currar de madrugada y sabes que no debes entrar en la cama antes de pinchar la rueda de la rutina de los días...
¿Viene o no viene de lejos? Dormido me llamo y durmiendo nos encontraremos. Porque, al fin, esa es la conclusión de hoy: Que duermo, duermo y duermo. Y que tú estás ahí. De madrugada, empijamada y hecha un ovillo bajo el nórdico, demandando u ofreciendo un abrazo. Envuelta en una burbuja de calor y un dulce sudor de adormidera. Valiente, cuidadosa y diligente en la mañana para apagar el despertador. Entregada, paciente y hermosa en la mañana para despertarme con un beso y dejarme cinco minutos más. 10 minutos más. Una hora más... Consentidora, con un tazón y un zumo de naranja que me devuelven a la vida. Consentidora, con tu cuerpo despierto enredado a mi cuerpo dormido, para devolverme al mundo por la aduana de tu piel y tu saliva.
Como deben dormir los dioses. Como deben despertarse los dioses.
Como dicen en El Salvador:
envarracándome sin solución de ti.
Tú.