07 diciembre, 2011

Cuesta

Sucede que, si en enero llega la cuesta arriba, diciembre debe ser el último tramo, el más vertiginoso, seguro, antes de alcanzar el valle.

O el acantilado.

Arrancó diciembre enredando lo desenREDado. Está inscrito en el ser de los ovillos de hilo, igual que en los cables del transformador de la batería, en los mechones de tu melena o en los espaguetis cocidos: Siempre tienden a enredarse. Como diciembre y sus días de luz deshilachada. Como diciembre y sus radiadores vampirizando los enchufes. Como diciembre y sus calditos al microondas. Como diciembre y tú. Y yo. Y todos esos cabos sueltos, de su padre y de su madre, que no saben más que enredar.

Cuesta abajo corre el jaguar como si huyera del incendio, a muerte. Confundidos miedo y excitación, como sucede en el costillar del chaval que baja sin frenos en la bici la cuesta del descampado antes de alcanzar el suelo.

O las nubes.

Diciembre. Cuesta abajo, conscientemente suicida.
Y me tiemblan los dedos.

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