No debería aprobar las corrientes de conciencia. Leo a Colinas respondiendo una de esas preguntas a las que recurren los periodistas contra todo poeta: ¿para qué sirve la poesía? "A veces escribes para no gritar". Justo antes repasaba a Alberto Santamaría. Dos páginas con las esquinas dobladas: Un "Comparto con la muerte -ya lo sabes- / el deseo de ver tu nombre escrito junto al mío." Y un "¿Cuál es tu nombre, amor? / Lo necesito para mi esquela." Yo necesito escribir para no dejar de fumar. Contracorriente. O no tanto. Ya conozco -y frecuento- varios bares desobedientes. Y el concepto "contracorriente" siempre me hace pensar en el salmón. En los chinook. Los que regresan a casa para morir. Los que mueren cumplida su única misión: dar paso a la siguiente generación (...su ciclo biológico se inicia en la cabecera de los ríos, donde, tras la eclosión, los alevines crecen y permanecen uno o dos años allí. Después emigran al mar y, al cabo de unos tres años, alcanzan la madurez sexual y regresan entonces al mismo río donde nacieron, remontando las aguas hasta las zonas de puesta, para desovar, y entonces las crías emigran de las corrientes de agua dulce al mar una vez que alcanzan la madurez. El instinto migratorio de los miembros de la familia del salmón es muy específico, y cada generación regresa a desovar al mismo lugar donde desovó la generación anterior. Incluso las especies que no migran del agua dulce al agua salada desovan en las mismas corrientes de agua dulce que sus antecesores...). Me jode despertarme y no conocer mi misión. Ni terminar de saber adónde tendré que volver. Porque sigo sin tener muy claro cuál es mi casa ni quiénes son mis ¿raíces? No creo que escribir sea la solución. Mucho menos fumar. Ya he pedido la vez y aún espero mi turno. Todavía no estoy dispuesto a dar el relevo. Me toca hacer y no sé cómo hacerlo. Se me cuelan un par de jubilados y una maruja que conoce de hace tiempo al carnicero. Parece que ellos tampoco están dispuestos. Y entonces la vida se escapa con dos únicos deseos: Dormir y follar. Un hombre sin cabeza. Regalo de propina al genio su libertad concediéndole mi tercer deseo. Es lo que haría Aladín y esa era una de las películas favoritas de mi pequeño. Otro cigarro. Y un tinto de verano en primavera. Ya no leo más esta noche. Dejo que suene la minicadena y el llanto de mi vecina de escalera. Tecleo llevado por mi afonía, buscando una estúpida melodía de sonidos similares en un castellano sin apenas entropía que cualquiera puede escribir y nadie en su sano juicio debería permitir. Libertad disfuncional, cuando lo que uno pediría sería un constante bucle de dormir y follar. Sin escribir ni fumar. Si no es en tu piel. Si no es tu hachís. ¿Para qué sirve la poesía? Para esperar que alguien encuentre la alegoría que me lleve al lecho de mi manantial, el de mis antepasados, el que DEBE ser mío, la cumbre biográfica donde espera un sepulcro con mi nombre...
...y, escrito al lado, el tuyo.
1 comentario:
un bucle de dormir y follar. me gustó, pero también me gustaría pensar que no nos reducimos sólo a esto. tiene que haber algo más ¿no?
saludos.
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