- Como historiador de la bebida no hay nadie que me iguale.
- Eso es porque ninguno de ellos ha vivido tanto tiempo, ¿cuál es tu secreto?
- No levantarse nunca antes del mediodía.
(Hollywood, Charles Bukowski, 1989)
Siempre empiezo a leer los libros por el final. Necesito crear un horizonte antes de cruzar un texto. Y eso me ha hecho pensar en Zo. Creo que le leí una obsesión similar. Hoy Zo habla de despertar y eso es algo que no se me da bien. Habla también la señorita Brinviyer hoy de finales. Por pura supervivencia, eso sí es algo que manejo bien: Acabo por el principio. En el horizonte. Creo que toda despedida es una mentira y todo comienzo un recuerdo renovado. Recordar hacia adelante. Eso lo aprendí de Alicia. La de Carrol. El Público de Lorca mediante. De la cama deshecha de Zo, paso a una variación deconstruccionista de El Padrino: ¿Y si, en lugar de la cabeza de un caballo, la mafia dejara entre las arrugas de las sábanas, el cadáver de dos palomas como constatación de mi punto de no retorno? Valeria provoca esa imagen con su disparo cojo. Una oda al 'último hombre libre' que conozco. La impotencia del egoísmo no cumplido. La herida siempre abierta del último en morir. ¿Moriría antes Penélope que Ulises? Imagino al viejo jónico deshaciendo el camino, viudo, abdicada la corona en Telémaco y, perdidos los amores de Calipso y Circe, mudas las sirenas y muerto Polifemo, atiborrándose en un banquete de Lotófagos para recuperar la inocencia del desmemoriado. Para volver a recordar hacia adelante. Algunos tenemos más pasado que futuro, dice el hombre libre. Triste. Salto a Inmaculada Mengíbar: "Pero seamos realistas: / Penélope, cosiéndole, / no es más feliz que yo / ahora mismo rompiéndole / la cremallera" (Cosas de Mujeres). Me sobran los pantalones. Pero Ella no está aquí. Por eso los llevo puestos. Y, en lugar de cada uno de sus labios, lo que humedece los míos es un triste gintonic solitario. La botella más bonita. Azul. Como las letras de esta camiseta prestada que huele a alguien que no soy yo pese a cubrir un torso que reconozco como mío. Azul. Y se van las teclas a la princesa y a los nenúfares de Darío. O al otro. El persa. O al otro. El sobrino del Pequeño y su eterno rostro magullado. Un enano de Moratalaz que no sabe no armarla. El azul es también el color de Ali. Mi bailarina. La mejor piloto en vespa por Roma. Mi manchi, bella. Cerca de Piazza Nabona, Pasolini y su "vivevo una gloriosa vita di perseguitato". Una copa de Montepulciano y un par de Luckys para aguantar, mientras la aguante, la mirada fija de la camarera del Caffe della Pace. Apaches. Nitchu itzan. Ze-nto gusgajz. Chaj yuichak daj kla. De picnic en Malasaña. Como el Catulo de Antonio González ("aún llevo tu memoria como guía / de luz en esta ruta hacia el ocaso"). En Malasaña. Y yo en la cama. Sin más aliados que la Buika, un teclado, y estos diez dedos, viejos conocidos, que ya no se asombran cuando recorren mi cuerpo. Otro trago y otro cigarro. Soy un barfly desorientado. Empecé la vida por el final. Por aquello de marcar un horizonte. Y por eso sé que, como le sucede al hombre libre, uno empieza a ser un hombre triste, el día que sabe que no vuelve a volar la paloma aperdigonada que en algún capítulo nos comprometimos a amar. Zo no quiere parar de despertar porque, así, cree que no se tendrá que "conformar con eso que llamaba y llamabas y llamábamos amor". La Chaos recrimina al tirador el silencio que siguió a su disparo amoricida. Pero yo recuerdo que no acabo solo. Que sigue avanzando abril y que prometí ser feliz y dedicar el mes a la espuma. Yo me llamo Dormido. No soy Bukowski ni Chinaski. Soy una mosca de bar que se niega a experimentar "la ignición del caos" (eso lo escribió Guillén) de una lámpara anti insectos sin haber retozado antes en un colchón de mierda y en un colchón de miel. Mañana no me levanta nadie antes del mediodía. ¡Un Junípero - Fentimans!, por favor. Y un par de Luckys. Para aguantar la mirada fija que devuelve el espejo esta noche de reincidencia en la inconsciencia: Escribir. Como quien pretende saber a qué saben los finales. O quien confía en no volar solo. O el que, con un regusto a insomnio, deja que estos diez dedos conocidos le descubran el principio de un nuevo cuento por contar. He descubierto la palabra secretear. No se lo digas a nadie. Todo lo que esta entrada esconde es un charco de conciencia secreto. Y no es mío. Dormido. Es tuyo. Tú que te atreves a leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario