"Quien derriba un puente, construye un precipicio", escribe Benjamín Prado. Y resulta que es verano, y que pega el sol y que una película de plata parpadea en las ondas de la piscina. Una Mahou fresquita con su complemento de nicotina, la cabeza pesada de una noche sin demasiado sueño enredado en los sueños de una pantera, después de una tarde recibiendo la última actualización del Melrose Place que me rodea... Y mientras tanto sigue a lo suyo el planeta. Pero la gente se ha vuelto loca. Vaticino un suicidio colectivo bastante numeroso. Y si no, aviso, no descarto salir y empezar a plantar hongos venenosos hasta cargarme al 95% de los vivos (y guardarme una última ración -soy rencoroso, pero no tan ególatra como para darme el bulo de la supervivencia). Respira. Tranquilo. Paciencia. Respira. Que resulta que es verano, y que suenan las orquestas y que una película de mercurio parpadea en las ondas de la piscina. Sexador de pollos y maestro en el arte de las cosquillas: mis chakras funcionan, lo mismo que el aire batido en un combate de esgrima. Y la cervecita le da alas al cuarto y mitad de fuerzas que me quedan. De aquí a un rato toca siesta. Y de ahí a un no-sé-cuánto, mordisco y baño en tus caderas. Que resulta que es verano, que yo fui siempre de precipicios y caídas, y que una película de tus pupilas parpadea en las ondas de la piscina. Grrrrrr...
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