Cuando era pequeño, vivía en un barrio de nueva construcción. Todo lo lejos que quedaba un 'lejos-del-centro' en la década de los 80. Era una colección de casas con calle de arena y vecinos de fin de semana. En bici se podían cruzar cotos de caza y la selva del antiguo vertedero. Hubo un tiempo en el que, igual que abría las flores de madreselva para chupar la gotita de jarabe dulce que guardan en el tallo, también recogía amapolas y abría los capullos para encontrar, con un poco de suerte, cadáveres de lo que podrían haber sido flores blancas en un mundo de arbustos dominado por el rojo.
Muchos años después, calles de asfalto y una nueva ciudad mediante, en aquel páramo de "las afueras", el reencuentro con las amapolas ha sido en la cocina: Abriendo bulbos secos, hirviendo en agua la sombra de las flores y filtrando con un trapito la tisana. Por nosotros y por compartir el alma de las flores muertas. Medio Fi, un Ser engrandecido y mis dos niñas: La rubita y la dame. Tan lindas.
Nada dura mucho más que una amapola arrancada. Solo ell@s. Y ese es su gran valor. Nuestro mejor secreto. Y las cosas salen bien.
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