Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas.
(Jorge Luis Borges, La esfera de Pascal)
Acaba su mayo después de un paréntesis sin relojes envuelto en papel de simulacro. Mañana, con retraso, empieza junio. Mañana comienza el ensayo de una etapa nueva que volverá a girar en torno a Ella: su vida.
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A los 18 años compró unas zapatillas de rebajas, de suela fina y cuero artificial; unas Converse negras que se ajustaban a su pie como un calcetín; el único calzado con el que siempre se sintió descalzo.
A los 18 años creó una familia de soñadores en un mes de interrail, arropado entre sus Converse y disparando al cielo las balas de fogueo que daban por iniciada la carrera de su primera juventud:
Francia, Bélgica, Holanda, Turquía, Francia bis, Italia, Suiza, Túnez, Escocia, Portugal, México, de nuevo Italia, República Checa, China, Argentina, de nuevo México, Austria, Canadá, Marruecos, Perú, Italia una vez más, Estados Unidos... desde los 18 años, ese par de zapatillas (acumulando agujeros y remates de hilo, cambiando cordones y sufriendo empedrados, charcos y acantilados) llevaron por su camino al niño que durante una década nunca dejó de ser niño y nunca quiso dejar de viajar con el macuto, entre su casa y la novedad, por los mil rincones del mundo que siempre quiso explorar...
Y ha vuelto a sentir los 18. A vivir la ingenuidad del libertinaje sin temores ni pesares, bañado en caballitos y encharcado en ese cariño que solo es capaz de engendrar la temeridad del que no tiene miedo a nada: el niño que saca a bailar a Campanilla, 20 centímetros por encima del suelo, sin prisas ni cadenas de tiempo, con los polvos mágicos que concede el alcohol, el desafío al futuro y la inconsciencia del presente: Creando una familia nueva.
Ha vuelto a saber lo que saben los que lo saben todo sin saber nada, saboreando sin nombres lo que es y lo que en torno suyo baila.
Ha vuelto a tener 18, una década después, en un rincón olvidado, frente a otro océano, para el final de la carrera. Sus Converse cuelgan ahora de un cable gritándole al mundo en una imagen muda cómo caminó sobre su propia cabeza allí donde voló sin caer, mientras aguantaron las fuerzas: Le da el relevo a su pequeño gran dios, le dice adiós a lo que fue y regresa descalzo para firmar una casa, reconstruir su paisaje y abrir tus ventanas.
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Ha vuelto. Emerge de la espuma junio en una nueva orilla. Con nuevas zapatillas, con nuevas fuerzas, dispuesto a romper cristales, a llenar de sentido la nada y meterse dentro de ti hasta ser tú para volver a saber lo que saben quienes lo saben todo sin nombrar nada: TOKKOTAI.
Silban las balas.
Comienza una nueva carrera.
Comienza en las cicatrices de tu espalda...
...y nunca se acaba.
He vuelto.
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